Hace muchos años, visité La Guadalupana, una misión Episcopal Latina en Wilson, North Carolina, y hablaba con un sacerdote blanco sobre la afición latina para rituales. El sacerdote me contó una historia sobre un hombre Latino que había venido para verlo, y pidió permiso besar la llave del tabernáculo. “Estoy intentando aprender inglés,” el hombre explicó. “Me han dicho que besar la llave del tabernáculo me ayudará abrir la boca.”
¿Puede abrir nuestras bocas Dios? Y si fuera a hacer eso, ¿qué nos invitaría a decir?
El Antiguo Testamento ofrece varias historias de profetas reticentes. Uno de ellos es Jeremías, quien, a recibir su llamado, protestaba que no sabía hablar. Lo que siguió era un episodio verdaderamente dramático: “Entonces el Señor extendió la mano, me tocó los labios y me dijo: ‘Yo pongo mis palabras en tus labios. Hoy te doy plena autoridad sobre reinos y naciones, para arrancar y derribar, para destruir y demoler, y también para construir y plantar.’” (Jeremías 1:9-10, DHH)
Esta historia subraya no sólo el poder de Dios dar a un profeta palabras decir, pero también la ambigüedad inquietante que viene con el don de profecía. Los profetas no sólo “construyen y plantan” con sus palabras, también “destruyen y demuelen.” Esta paradoja puede ayudar a explicar por qué el imagen típico de un profeta no es de un maestro dulce calmando los corazones del pueblo: un profeta es, sobre todo, alguien que valientemente (y a veces duramente), dice cosas que los demás no quieren escuchar.
En 2013, la Corte Suprema de la República Dominicana quitó la ciudadanía de algunas 200,000 personas. La razón: aunque se habían nacido en la República Dominicana, esas personas eran los hijos y nietos de Haitianos. La decisión los habría forzado a expatriar a un país donde nunca habían vivido. Un poco después del anuncio del veredicto, la Obispo Presidenta Katharine Jefferts Schori viajó a la República Dominicana. Con el obispo local, Julio Holguín, Obispo Schori pronunció un fuerte mensaje que enfatizó las enormes dificultades que la decisión de la Corte Suprema impondría.
Obispo Schori aun apareció en la televisión dominicana para abogar por los dominicanos haitianos. Su español no era perfecto; a veces, no tenía la palabra exacta o su gramática flaqueaba. Yo pensaba que esta presentación hizo más convincente su mensaje: lo que tuvo que decir fue tan importante que estaba dispuesta conectarse usando una lengua que no había dominado.
En ese día, sentí que Obispo Schori era una verdadera profeta.