La hora de regocijo se acerca.
¿Puedes sentir el oleaje de la temporada? Después de velar y esperar estas semanas, ya estamos sólo días de dar la bienvenida al niño Jesús al mundo otra vez. O ven, o ven, Emanuel. ¡Regocija!
Nuestro amigo de confianza, el diccionario Merriam-Webster, ofrece dos definiciones para la palabra regocijar. Generalmente vivimos en la primera: sentir alegría o gran gozo.
Sentimos alegría en la libertad del verano, el sol calentando mientras las piernas bombean los pedales, y la carrera nos lleva al destino de nuestros amigos. Disfrutamos el primer beso de la persona que se convertirá en nuestro amor por toda la vida. Regocijaos cuando un bebé se estira hacia dormir, cabeza descansando en el espacio suave entre el cuello y el hombro.
Durante esta temporada del Adviento, regocijamos en reuniones familiares, risas, y bromas durante banquetes de comidas tradicionales. Encontramos alegría en dar (y a veces en recibir) regalos.
Y regocijamos en la melodía encantadora de ese himno del Adviento, “O ven, o ven, Emanuel.” Si cantamos con nuestra comunidad de fe en los bancos, con toda fuerza en la ducha, o solos en casa mientras que adoramos en línea, estas palabras mueven el alma. Nosotros, como María en el Magnificat, proclamamos: “Mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador.”
Este tipo de regocijo es exuberante y contagioso, y guardamos estos momentos de regocijo en los álbumes de recortes de nuestras almas.
Pero Merriam-Webster ofrece otra definición para regocijar que no consideramos mucho. Regocijar puede significar dar alegría a, alegrar. En este uso, es un verbo transitivo. Eso quiere decir que el verbo tiene un objeto directo. A mí me parece que ésta es la definición que Jesús encarna. Viene para estar entre nosotros, nacido en un establo humilde, para darnos alegría. Para alegrarnos. Para ser el amor encarnado. Somos el objeto de su don de alegría.
¿Así que, qué significa esta realidad para nosotros como cristianos? Si, regocijamos. Hemos de regocijar. Piensa en las maravillas de la creación — la luz de una luciérnaga, cielos hechos de algodón de azúcar al atardecer, olas rompiendo en la orilla. ¿Cómo podemos evitar regocijo en su majestad?
Regocijamos en nuestras relaciones con otros. El confort to volvernos a casa, sin importar nuestra edad ni el tiempo que ha pasado. Caminar lejos, sosteniendo las manos. Una lágrima que escapa cuando un niño llega por primera vez al mundo. Dios regocija en estos momentos con nosotros, y regocijamos.
Y por supuesto, regocijamos en el don de este niño, el Cristo. Emanuel, ven.
Pero no podemos dejar nuestro regocijo allá, como algo que recibimos o experimentamos. Mientras buscamos ser como Cristo en todo que decirnos y hacemos, también tenemos que dar alegría a otros y encontrar maneras de alegrar sus corazones. Cuando vemos que regocijar no es sólo recibir sino dar, descubrimos nuevas bendiciones.