El prólogo majestuoso del evangelio de Juan presenta una cuenta muy diferente de la encarnación de Jesucristo que la historia de Lucas que normalmente escuchamos en la Nochebuena. Anoche, oímos sobre ángeles y pastores. Oímos sobre el nacimiento terroso de Jesús en circunstancias humildes. María y José están allá. Es la Navidad que imaginamos.
El evangelio asignado para hoy nos da la vista larga. El prólogo alaba la encarnación de Jesús: “Aquel que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros. Y hemos visto su gloria, la gloria que recibió del Padre, por ser su Hijo único, abundante en amor y verdad.” Pero el énfasis aquí está en el significado, la amplitud, y la grandeza.
Alrededor del mismo tiempo que fue escrito el Nuevo Testamento, Ignacio, obispo de Antioquia, enseñó, “Hay un solo Dios, el cual se manifestó a sí mismo por medio de Jesucristo, su hijo, que es Palabra suya, que procedió del silencio.” Es una manera hermosa de hablar de nuestro Señor Jesús: él es la palabra, la voz del Dios trino.
Durante este Adviento, has saboreado una palabra diferente cada día. Es una buena disciplina, y quizás saborearás la palabra de Dios en las escrituras en esta manera en los días, meses, y años venideros. El Adviento, por supuesto, no es sólo una temporada de preparación para la Navidad sino una temporada para reorientar nuestras vidas enteras.
Me encantan las pastorelas navideñas igual que los demás, pero este día tienen mucho más significado que eso. La Navidad nos recuerda que nuestro Dios no es distante ni lejano. Dios en Jesucristo nació en el mundo para estar en solidaridad con nosotros, para enseñarnos el amor perfecto. En el día de Navidad, adoramos a Dios por el nacimiento de Jesucristo, su Palabra eterna.