El nacimiento de Jesús unió tierra y cielo de maneras sorprendentes y hermosas. Se puede leer la historia, con toda razón, como un relato de un parto perfectamente ordinario, o por lo menos tan ordinario como el milagro de la vida puede ser. Aunque María y José tienen, digamos, una situación familiar complicada, ella da a luz con todo el dolor, belleza, y desorden de cualquier otro nacimiento. José debe haber sido un padre orgulloso.
También se puede leer la historia como un evento singular en la historia humana, una manifestación de la presencia de Dios en un lugar particular. Este nacimiento está acompañado por señales y maravillas. Los ángeles proclaman la gloria de Dios. Los cielos brillan con una estrella que guía a viajeros desde lejos a visitar al niño Jesús. Este nacimiento no parece ordinario para nada.
Las dos historias son verdaderas, naturalmente.
Jesús es plenamente humano. Entra nuestro mundo de la manera más vulnerable, como un niño pequeñito. Nace en una zona remota del imperio romano, en un lugar que pocas personas ven como importante. Viene al mundo rodeado por familia y personas comunes, no por reyes ni cortesanos.
Jesús es plenamente divino. Entra a nuestro mundo cumpliendo profecías antiguas. Jesús nace como la culminación de sueños y nacimientos milagrosos, el heredero de David y la promesa de Israel. Viene al mundo rodeado por ángeles y señales maravillosas.
Cuando celebramos la Navidad, tenemos que mantener la tensión entre estas dos verdades. No podemos olvidarnos de la humanidad de Jesús, ni de su divinidad. Es precisamente la unión de la tierra y el cielo en esta misma persona lo que cambia todo.
Adoramos a un Dios que no está mirándonos desde lejos, sin interés en nuestras esperanzas o miedos. Al contrario, nuestro Dios está dispuesto a estar en medio de la acción con nosotros. Jesucriso, Hijo del Padre, conoce cada fragilidad humana y dolor humano. Y conoce cada alegría y fortaleza humana.
Cuando cantamos el villancico navideño,
Los astros brillan sobre ti con suave claridad;
más en tus quietas calles hoy surge eterna luz,
y la promesa de Emanuel se cumple en Jesús.
En Cristo, nuestras esperanzas y miedos son conocidos — no sólo en la Navidad, sino cada día por toda la eternidad. Vale la pena celebrar. ¡Felíz Navidad!