Él sabía que estaba muriendo. Me llamaron a casa desde el otro lado del país. Después de un saludo frágil pero íntimo en su habitación del hospital, mi padre me miró directamente y me dijo, “Recuerda lo que prometiste, aunque no viva otra semana.” No sobrevivió una semana más. Murió el día después, y su funeral tuvo lugar el sábado después del Día de Acción de Gracias, el día antes del primer día del Adviento. Pero cumplí mi promesa; cantamos todos los sietes versos de “O Ven, O Ven, Emmanuel,” su himno preferido. La fe de mi padre era profunda y privada y llena de esperanza.
Como nos recordó Augustine de Hippo, “Nos has hecho, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti.” Nuestros corazones están esperando una reunión con Dios. Dios “puso además en la mente humana la idea de lo infinito.” (Eclesiastés 3:3, DHH) Estamos mentalmente programados para la expectativa, pero también eso puede volverse malo. La santa expectativa puede ser distorsionada por el miedo, la competencia, y el privilegio. Nuestras expectativas se convierten en demandas, expresiones de egoísmo, y razones bien justificadas para decir porque merecemos más que los demás, o aún peor, porque somos más dignos que nuestro prójimo.
Me encanta el Adviento. Es una temporada litúrgica entera dedicada a la (re)formulación de nuestras expectativas. Desde el primer domingo, cuando somos invitados a dejar “de hacer las cosas propias de la oscuridad y (revestirnos) de luz,” somos preparados a reconocer lo que está por venir. Somos invitados a arrepentirnos de los deseos que nos han apartado de Dios y a recibir “gozosamente la venida de Jesucristo.” A un nivel terrenal pero no insignificante, somos animados a practicar la moderación en una temporada de hiperconsumismo, enfocándonos en cambio en prácticas de oración, hospitalidad, y servicio. Al llegar al cuarto domingo, clamamos a Dios, “purifica nuestra conciencia,” porque sabemos que nuestras expectativas terrenales son insuficientes, y muchas veces son tóxicas. Necesitamos ser limpiados si vamos a empezar a entender la buena nueva radical de la encarnación y la venida escatalógica de Cristo al final de los tiempos.
No tengo ninguna idea de lo que mi padre creía teológicamente. Lo que sé es que esperaba conocer a Dios al momento de su muerte, e insistió que cantáramos la canción de su esperanza. Que el Adviento forme y llene tus expectativas.